miércoles, 24 de octubre de 2012

PALABRAS DE DESPEDIDA A CARLOS BOKER

Emotiva, cálida, nostálgica fue reunión de homenaje a Carlos Boker Huber, convocada por el Centro el mediodía del sábado 30 de abril.

La pena de la pérdida y la alegría del reencuentro solidario, se abrazaron en una mezcla simbólica que permitió a los asistentes, expresar su sincero reconocimiento a este hombre integro, humanista enorme, comprometido luchador contra la dictadura, las injusticias y la discriminación.

Su partida, sin previo aviso, nos regaló, un fugaz instante para reflexionar acerca de la vida y sus circunstancias. Sin duda una gran perdida, pero paradójicamente, como suele ocurrir con los grandes hombres,esta no hizo mas que abrir una enorme puerta que nos invita a asomarnos al mundo fantástico donde él interactuaba.

Esa capacidad inagotable de crear, construir, asumir proyectos y compromisos en su vida, constituía su estilo de vida. Vida que el disfrutó intensamente sin abandonar su sencillez, buen gusto y consecuencia.

Me atrevo a afirmar que Carlos encarnaba fielmente la sentencia de Nikos Kazantzakis en sus Cartas a Greco cuando afirmaba que "el hombre es un animal que no se preocupa de la muerte sino que persigue la inmortalidad".

En esta jornada sencilla,pero tan significativa no cabe duda que era él, quien hacía de anfitrión  sólo que en esta ocasión presidia la tertulia, invisible a los ojos normales y sólo podíamos percibirlo con aquellos sentidos que leen los sentimientos del amor y del respeto verdadero.

Participó en esta fiesta del cariño y los recuerdos su compañera de los últimos años de su vida: Soledad Bravo, quien en un bellísima nota, comentando uno de los aspectos de la jornada, expresa con certeza y un amor inmenso lo que todos sentimos el sábado pasado:

"son mucho recuerdos e imágenes entrañables, cuesta aceptar su partida pero al ver tantas demostraciones de amor y cariño en su nombre no puedo sino alegrarme por la plenitud de su vida, que trascendió en tantas personas, amigos leales, cariñosos y consecuentes....todo fluyó bellísimamente, Carlos hubiera estado feliz que nos hubiéremos reunido por su causa, que nos conociéramos y sobretodo que recordemos y sigamos recordando por siempre su Vida!!"

(Lautaro Paco Borja)

miércoles, 4 de mayo de 2011

76 AÑOS DE AMISTAD

No resulta fácil recordar  76 años de amistad – toda una vida- y resumirla en pocas palabras.
 Conocí a Carlos  el año 1934 cuando ingresamos a estudiar en el Colegio Alemán de Valparaíso ubicado en el Cerro Concepción. Lo recuerdo de pantalón corto negro de terciopelo y camisa blanca con vuelitos subiendo de la mano de su “Yaya” por Almirante Montt. De ahí en adelante fuimos creciendo juntos hasta segundo año de humanidades. Razones políticas –mi posición anti nazi- hizo que me fuera imposible continuar mis estudios en el Colegio Alemán  y previo exámenes de madurez de primer y segundo año de humanidades fui matriculado en el entonces Liceo Nº 1  de Hombres de Valparaíso el año 1943 y que al año siguiente – 1944 – fuera nominado “Eduardo de la Barra” en el tercero “A”
En casa de Carlos en la Calle Chiloé se respiraba cultura. Había una habitación biblioteca y Carlos a mi decir era como un “ratón” entre tanto libro y permanencia. De vez en cuando nos juntábamos en el Jardín en Las Zorras - hoy Barrio O’Higgins- y jugábamos con autitos haciendo caminos, túneles y puentes bajo un añoso Boldo. Carlos correteaba por el cerro con mi perro “Rex” y disfrutábamos de una tarde plena de amistad. Creo, a mi parecer, que de ahí le vino a Carlos su gran amor por los animales, los pájaros y las plantas.
Mi alejamiento del Colegio no impidió la continuidad de  mi creciente amistad con Carlos, muy por lo contrario. Estudiábamos inglés en el Instituto Chileno-Británico  y participábamos  en actividades tales como paseos, onces de convivencia sábados por la tarde, conferencias. En esas convivencias  nos informábamos de algún “malón” y nos hacíamos los invitados. De buena presencia y modales  fuimos siempre bienvenidos y disfrutábamos del “ponche”, baile y amigas. Era costumbre en ese entonces, acompañar a la amiga hasta la casa, lo cual significaba que Carlos y yo partiéramos en distintas direcciones. Nuestro punto de reencuentro era el Bar Restaurant El Quijote de calle Las Heras, abierto hasta madrugada, ya que yo me alojaba en casa de Carlos y teníamos que llegar juntos.
Carlos fue siempre un estudioso de las monarquías y a mi madre le fascinaba el tema. Ella al igual que Carlos tenía una formación cultural de excelencia y por ende mantenían largas tertulias. Por mi parte yo era muy querido por los padres de Carlos, Don Carlos y Doña Carlota, y a su vez regalón de la “Yaya”. Durante años los tíos de Carlos el día de su cumpleaños marcaban en el rasgo de una puerta nuestra altura. Con los años el que más creció fui yo.
Con Don Carlos y un amigo de él íbamos muy a menudo de excursión. Nuestro lugar preferido era el estero Limache en Queronque. Nuestro punto de encuentro era la Estación Barón y en tren hasta Peñablanca. De ahí caminábamos por los campos un par de horas y nos  proveíamos de huevos y pan amasado en el trayecto. Queronque era un vergel, el estero  con agua abundante, los sauces  y la vegetación exuberantes. Cosechábamos berros y disfrutábamos de un remanso que nos permitía nadar. Hacia el atardecer emprendíamos el regreso hasta la Estación de Limache y tren y vuelta a casa.
El año 1945 volvimos a reencontrarnos en el aula del Liceo. Carlos se matriculó ese año en el Quinto “A” Nuestro profesor jefe era Don Luis Marín Puebla y aun recuerdo  la manifestación que le hicimos el día de su santo, pescado frito y ensaladas y una que otra copa de vino. Con Carlos tuvimos participación directa en la elección de la Reina de la Fiesta de la Primavera de ese año. La candidata, Gudrun Zeh, había sido compañera nuestra en el Colegio Alemán  Su elección causó gran revuelo ya que recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Valparaíso había elegido como Reina a una alemana. Un diario de la Capital publicaba  que los nazistas  Carlos Böker y Rodolfo Pümpin, eran los responsables, no obstante que nuestros ideales iban por el camino contrario .Fue,  tal vez,  la última gran fiesta en nuestra ciudad y con Carlos integramos la corte de honor.
Como curso organizamos algunos bailables y rifas para juntar dinero para nuestro viaje de estudio. La idea era Buenos Aires. Ya en Sexto Año y siempre en la idea, efectuamos el Día de las Américas una convivencia a la cual invitamos al Cónsul de Argentina, a los Directores de los Diarios, y por supuesto a Don Emilio Muñoz Mena con algunos profesores. A pesar de nuestro empeño el viaje no resultó por falta de medios económicos, así es que terminamos con un almuerzo en un Restaurant de Concón cerca de la Playa Amarilla.
Con Carlos jugábamos tenis. En más de una ocasión en la cancha del Liceo con el Profesor de Filosofía Ramírez, otras veces en la cancha de la Quinta Magnasco o en el Club Administración del Puerto. Carlos no podía entender de que a mi me gustara el futbol y que jugara como arquero del curso y suplente del Liceo. También practicábamos natación en la piscina de la Escuela Naval antigua.
En los años siguientes los encuentros fueron distanciándose. Carlos entró a estudiar Derecho en la Sede Valparaíso de la Universidad de Chile y Escultura en la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar. Al egresar se fue a recorrer el  mundo. Estudió Historia en Suecia y estudió y trabajó en Marruecos y Túnez. Regresó a Chile el año 1960 casado con una sueca y una hija.
1973 vivimos años difíciles. Carlos partió al exilio mejor dicho, alcanzó a partir. Estuvo diez años fuera del país mayoritariamente en Estados Unidos en Universidades de Iowa y Honolulu. Volvió con un Master of Arts en Teatro y un doctorado en cine documental a reconstruir su casa saqueada tras ser ocupada por la Dina durante tres años y medio y escenario de numerosos horrores.
Carlos fue siempre una persona galante, fina  y de buen vestir. Aunque al parecer, en la medida que se iba vistiendo más y más de conocimientos, se iba aligerando de vestimenta y dejo de usar corbata,  calcetines y camisas. Un pantalón, chalas y una polera o guayabera eran sus prendas predilectas. Pero sus cenas en el comedor iluminado por decenas de velas y mesa decorada con fina cuchillería, cristalería, platos de peltre y porcelana nos transportaban a los tiempos de los Habsburgo. Todo un exquisito contrasentido.
Disfrutaba la buena mesa, mesurado en los mostos. Costó convencerlo en asar un costillar a las brasas en su terraza predilecta. No aceptaba que hubiera humo pero gozaba al comerlo. Lo preparé con buen adobo y alcancé  a degustar una costillita, pues él, se lo había engullido todo.
Con su compañera de los últimos diez años, Soledad fuimos a ver la presentación de Hamlet de Shakespeare puesta en escena por el Teatro del Silencio. Creo que nunca vi sufrir más a mi amigo durante el desarrollo de la obra. Costó mantenerlo en la sala, quería huir. Carlos no aceptaba el teatro actual, era tradicionalista. Soledad y yo  disfrutamos la obra y la presentación.
Carlos en resumen  fue para mi y yo para él, como un hermano. Los últimos años nos comunicábamos a diario a eso de las nueve de la noche para tertuliar un rato por teléfono y tratar de arreglar el mundo a nuestra manera.
Hoy Carlos ya no está con nosotros. Pero para mi Carlos es y  seguirá siendo vida, y por lo tanto le digo que algún día nos encontraremos en  un anden de  la estación de Moscu abordando el tren Transiberiano  sueño eterno de nuestra juventud.